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"Hablar sola, como las piedras.
Olvidemos que es síntoma de locura y recordemos que el soliloquio puede ser,
al contrario, la cura a la excesiva humanidad"
Diana Garza Islas
Todo lo observable nos da cuenta del tiempo. Movimientos, sonidos, corrosión, emociones... Desde un breve segundo hasta una extensa era, resultan conformados por la sucesión simultánea de una infinidad de eventos. En tal caso, la observación se convierte en un instrumento para entender la naturaleza de dichos acontecimientos y sus relaciones; la contemplación, entonces, resultaría una herramienta casi quirúrgica para diseccionar los órganos del tiempo.
La obra de Blast se desarrolla en esta lógica, donde la templanza es condición para entender su orden. En ella se proyecta una inclinación por la quietud y el equilibrio. Las piedras, manifestadas en sus trazos, nos hablan del tiempo sedimentado, del tiempo contenido en su propia estructura. Sísifos ya no lucha contra el peso de su propia piedra, sino que se sienta a contemplarla, tal vez como una forma de reconocerse frente a la eternidad de su condena. Entonces el tiempo devela sus matices, y la piedra canta su edad geológica.
Así también se manifiesta el tiempo de la propia obra, donde la creación se acerca más al acto de observar. Se muestra el proceso creativo en sus distintas eras, en los soportes explorados y las diversas fases de sus inquietudes. Podemos contemplar los elementos gráficos que la conforman y cómo prevalecen a través de sus medios, en una suerte de sedimentación creativa. La obra se va depurando y solo lo necesario perdura, derivando en una producción artística meditada y consistente, donde hasta el más mínimo gesto remite a su autor.
Este repaso es un ensamble donde armonizan las montañas, los ríos y la urbe; la escultura, la instalación y el graffiti. Blast nos da cuenta de su propio tiempo, de su caminar y meditaciones, su relación con el espacio urbano y cómo ha dado forma a los ritmos que este le dicta. Así, apropiándose de diversos materiales, ha edificado su íntima arquitectura para hablarnos también de aquello que antecede a la ciudad: el territorio en toda su extensión histórica y geográfica. Por ello podemos sentir esa intención de abarcar lo visible y lo invisible, de develar las capas que sustentan todo lo que vemos.
Finalmente nos invita a meditar el tiempo en su sentido más amplio y a la vez más íntimo, a contemplar la extravagancia de sus formas y su sutileza, y a elaborar en la templanza nuestro propio soliloquio.
Raúl Márquez, 2025